Arma nuclear

“Lo compré hace nueve días. Quedó en el fondo de la cartera. Lo había envuelto en dos bolsas.”

REVISTA WRITER AVENUE

Denise Saul

9/28/20242 min leer

Lo compré hace nueve días. Quedó en el fondo de la cartera. Lo había envuelto en dos bolsas. Esperaba encontrar antes, alguna explicación lógica para no verme obligada a usarlo: el cambio de clima, estrés o quizás, por qué no, fallas en la prolactina o de alguna otra hormona con nombre raro. Ya en casa, y como si llevara conmigo un arma nuclear, lo escondo debajo de mi camisa. Justo ahí, en la panza. Después corro al baño y me apoyo en el umbral para sostenerme.

La caja, producto del temblor de mi mano, se sacude para todos lados. Me encierro para sentarme en el banco gris, el que usaba Juan de escalón para lavarse las manos o mirarse en el espejo cuando aún no llegaba solo.

Hace dieciséis años, Nicolás me esperaba detrás de la puerta. Por si acaso, y como si se lo hubiera pedido, me recordaba las instrucciones. Agarrá sólo la parte celeste y que no toque las flechas. No lo tuerzas. ¿Estás bien?, me gritaba. Aquel día dejé que el palito flotara en el líquido amarillo y contamos cinco minutos. Aunque clara, al instante, la única raya violeta se duplicó. Lo chequeamos con el manual. Positivo. Ocho meses después, nació Juan. Por años, sin exagerar, usé veinte mil tests. Casi un hábito: días de atraso, farmacia y negativo, de eso pasaron siglos, tratamientos médicos, in vitro, de todo.

Ahora, con el test en la mano, pienso en Juan, en Nicolás, en mí, en nosotros. Antes de acostarme, sé que el test me espera, pero necesito tres horas de retención. Me duermo antes de hacerlo.

A la mañana siguiente, me siento sobre el borde de la bañadera, con el test en la mano, recuerdo las estadías eternas en el mismo lugar con los codos apoyados sobre las piernas y mis labios para arriba con una sonrisa dibujada que ocultaban la impaciencia de que Juan aprendiera a usar el inodoro de una vez y dejara los pañales. ¿Cuánto tiempo habré perdido en ese borde? Basta. Me hago el test, chequeo el resultado con las instrucciones y lo tiro rápido al tacho.

Por la tarde, al llegar a casa me sorprendo al ver la billetera de Nicolás en el estante y su saco en el perchero. Es demasiado temprano para que él esté en casa. Saluda a Juan y le anuncia, mamá y yo tenemos que hablar. Lo miro.

Reconozco la tensión en sus labios apretados. ¿Habrá encontrado en la basura el resultado del test? Es hora de que hablemos nosotros, dice y cierra la puerta de la habitación y agrega, lo pensé, no estamos bien, quiero el divorcio. Tengo náuseas. Todo gira. Corro al baño, recuerdo el positivo, me abrazo al inodoro.