Breve relato de pool
“Hace dos días se suicidó una amiga poeta; nunca se llamó a sí misma de tal manera”
REVISTA WRITER AVENUE
Araí Simón Correa
12/21/20242 min leer
Hace dos días se suicidó una amiga poeta; nunca se llamó a sí misma de tal manera, pero sus parnistiquios supieron ser irreverentes y graciosos como pocos y sus falecios perfectamente armónicos cada tarde de pool que nos resolvió compartir. Me niego a ahondar en detalles vinculados al desenvolvimiento del hecho reciente que me convoca, porque creo que tornaría esto (sea lo que sea) más en un acto de morbo que de homenaje. Prefiero tomar un fragmento de vida que nos compartió e invocarlo con la ilusión de su sombra.
Aclaro primero que a diferencia de otros, este no derivó de la lectura sino de la crónica casual y segundo que este es un recorte artificioso, reconstruido a partir de una memoria cada día más efluvia, de la conversación que tuvimos ella y nosotros tres aquella última tarde en el Bernardina de Almagro.
Inició en torno a un absurdo debate sobre qué género tendría cada disciplina artística si encarnara en un ser antropomórfico; ella tiró, metió la catorce rallada y dijo:
“No Araí; la literatura sería una mujer. Una mujer pelada cuya edad sería inescrutable, ya que dependería de la parte del cuerpo que le vieras. Cambiarían las proporciones de su nariz imperceptiblemente y sus ojos entrecerrados tendrían cadencia propia sin la necesidad de moverse.”
En este intervalo hizo su segundo tiro, en el cual casi mete la blanca. Pero a nadie le interesaba mucho el partido, estábamos escuchándola.
“El condicional simple es falso, si indago en sus características es porque conocí a la literatura, soñé con ella. Nos sentamos en un bar y yo pedí un café sin sacarle la vista de encima. Estaba intimidada, por supuesto, estaba sentada con la literatura. Talía se llamaba, Talía Gaia, o Kaia, creo. Hablamos ¿Qué más podía hacer? O más bien, Talía me habló a mí; todo comentario que yo pudiera hacerle quedaba relegado y hundido. Su discurso era cambiante y contradictorio, a veces parecía discutir consigo misma y otras veces abarcaba voces infinitas que sólo parecían ser conscientes de su propia existencia. Entre las tantas cosas que dijo hasta me propuso acostarme con ella. Pero aunque la propuesta iba dirigida de ella hacia mí en particular, se trataba del extracto de un rispetto que fue escrito en un futuro mar de Júpiter para el cual faltaba demasiado. Después de esa noche no pude volver a leer. Cada oración, cada estrofa, cada sintagma, era un pobre intento mimético de su voz, era un pastiche sin alma que apenas reflejaba un mínimo fragmento de su discurso inagotable. En sueños la llamo, quiero escucharla otra vez. Digo “Talía ¿Estás ahí?”, y la gente de mis sueños se ríe, por eso sé que no son Talía (puesto que ella posee cualquier forma) porque Talía nunca se ríe, en todo caso su voz puede abarcar todas las risas. Llegué a quemar todos mis libros y borrar todos mis poemas para ver si así, por fin, vuelve a hablarme.”
Después se sentó y no dijo nada más.