Cenizas de madera fresca

“Siempre que paso por un barrio de quintas, me acuerdo de vos”

REVISTA WRITER AVENUE

Matilda Leyría Villar

4/8/20252 min leer

Siempre que paso por un barrio de quintas, me acuerdo de vos. De tu calle soleada, de las piedritas que solía patear. De tu entrada misteriosa, el ruido que hacía el portón. A veces te voy a visitar, aunque ya no estés. Me baña la nostalgia cada vez que doblo por “La Bota” y veo tu calle. Te reconozco por memoria visual, por esa casa bordó en la esquina. Y cuando leo “Matera”, siento que vuelvo a tener cinco y que vuelvo a conocerte. Vuelvo a correr por el jardín, a descubrir tu bosque de dos metros que en mis ojos se veía como una jungla. Vuelvo al olor de madera fresca, tus pisos encerados, el marrón dorado que envolvía el living. Vuelvo a ver esa palmera al lado de la pileta, esa que juraba trepar cuando sea más grande.

Ahora tengo esa edad, pero vos ya no estás. Solo quedan las imágenes, solo queda la memoria. Y eso es más que suficiente.

Me gusta visitarte de vez en cuando.

Una vez que la nostalgia empieza a navegar en mi pecho, enciendo el auto para volver. Nunca me olvido de susurrarte: te amo.

Con el tiempo, ninguna afección quedó en su alma, y pudo vivir sin amar. No volvió a hacer daño. No volvió a sufrir jamás. No volvió a perder a otro afecto. Fue suficiente dejar de querer, de sentir. Desde entonces, sus manos tocaron, construyeron, crearon. Sus labios besaron. Su piel fue llamas. Ganó batallas. Conquistó nuevas tierras; pero nunca más volvió a sentir. Tal vez no era del todo feliz, pero las lágrimas nunca regresaron a sus ojos, nunca más perdió a alguien por la maldición dorada… Hasta que llegó aquella doncella. Hermosa como el sol, de piel de terciopelo, cabellos miel, y labios de luz. Su corazón latió nuevamente, y como un escalofrío, el amor corrió por su espalda. Aterrado, abrumado, regresó a la torre y se encerró en el salón. No podía volver a sentir. Había decidido no amar jamás. Sufrió como nunca. No estaba dispuesto a perder a nadie más por el toque de Midas.

La doncella entró al salón. Allí estaba él, taciturno, temblando, vencido de amor, la miró desde el trono con los ojos ahogados. Ella se acercó lentamente. Con una dulce tristeza le dio un tierno beso… ¡La maldición se había terminado! Una lágrima fría rodó por la mejilla de la doncella, quien salía corriendo del salón, mientras él se quedó allí. Sentado en el trono. Convertido en mármol.