Desde la oscuridad
“Volví a mirar hacia él. Parecía tan… emocionado, e incluso a veces abstraído”
REVISTA WRITER AVENUE
Rocío S. Cortés
8/31/20243 min leer
Salí del edificio, buscando un poco de aire fresco en aquella noche primaveral. Caminé sin rumbo fijo por el jardín, pues la conversación constante y repetitiva de mi corazón me distraía. Intentaba ignorarlo y, a cada paso, luchaba para que las lágrimas no me traicionaran. Absorbí por la nariz y suspiré varias veces. En realidad…, ¿qué más daba? ¿No había salido en busca de un soplo de aire? No se puede respirar hondo si se contiene el aliento. Además, la oscuridad me abrigaba como una capa, dándome un cobijo en el que no sentirme avergonzado… ¡Qué salieran las muy condenadas a disfrutar del paseo también!
Recordaba sus besos, su perfume y su traición. Su dolorosa traición. Agité la cabeza y, entonces, lo vi asomado a su ventana. Era uno de nuestros pacientes más curiosos. Pintor se hacía llamar, y así lo confirmaban su hermano. Nunca había visto ninguno de sus cuadros, ni siquiera era yo un experto en arte, solo era un enfermero más en ese sanatorio. Lo observé un rato, temiendo su reacción. Y es que, hacía unos meses, se había autolesionado. ¿La consecuencia? Tenía una oreja menos. Chasqueé la lengua, lamentándolo. Pobre hombre. Pero no, aquella noche no parecía inquieto, solo parecía observar el exterior.
Miré hacia donde él dirigía su vista. A pesar de los cipreses que rodeaban los límites del jardín, la ciudad se veía vagamente a lo lejos y se adivina la silueta de algunos edificios; pero, por lo demás, solo sombras. La oscuridad lo cubría todo. Y empecé a divagar en mis propias tinieblas. ¿Estaría pensando ella como pensaba yo? ¿Constante y fuertemente? ¿Tan fuerte que dolía? ¿Estaría repasando cada frase, cada gesto…? ¿Qué fue mal, qué podría arreglarse? Suspiré hondo y bajé la mirada. ¿Cómo algo que creías eterno podría tener tan abrupto final?
Juguetee con la hierba a mis pies hasta que un ruido me hizo levantar la vista de nuevo. Había colocado el caballete y un lienzo cerca de la ventana. Le habíamos permitido tenerlo consigo, lo ayudaba a abatir sus crisis. Lo vi sacar otros utensilios. Aunque no lo veía bien desde mi posición, no había que ser muy listo para saber que serían pinceles, paleta y pintura. Cuando todo estuvo listo, dio un hondo suspiro, más que los míos, y… empezó. ¿Qué pintaba?
De nuevo, giré la vista hacia los cipreses, hacia la llanura, la ciudad y la noche. Volví a mirar hacia él. Parecía tan… emocionado, e incluso a veces abstraído.
Sentí tanta curiosidad que entré en el edificio decidido a ver su obra. Sin embargo, cuando llegué frente a la puerta de su habitación, me detuve. ¿Por qué irrumpir su momento de paz? Ya tenía suficiente angustia en su vida. Miré a mi alrededor, cogí una silla del pasillo y me senté junto a su puerta. Crucé los brazos sobre mi pecho y esperé. Esperé. Esperé… Desperté por culpa de una pesadilla y un punzante dolor de espalda. Me estiré, algo molesto por el mal despertar y por quedarme dormido en mi particular guardia. Comprobé, gracias a las ventanas del pasillo, que ya no había tanta oscuridad; la luz se la estaba comienzo a trazos anaranjados. Entonces, recordé y decidí entrar en la habitación del pintor. Llamé a la puerta, pero no obtuve respuesta. Temí que se hubiera ido o que hubiera hecho algo grave. Abrí sin más. El lienzo y el caballete seguían ahí, junto a la venta, algo torcidos y de espaldas a mí. Y él también estaba en la habitación, yacía en su cama y dormía en paz. Debió de ser una noche interesante.
Suspiré e, intentando no despertarlo, reanudé mi camino hacia el lienzo. ¿Habría estado esperando aquel extraño artista a que su obra se secase? Esa pregunta andaba en mis pensamientos junto con otras hasta que por fin tuve el lienzo frente a mí.
Me quedé boquiabierto. Estaba lleno de color y de luz, de luz que jugaba con la oscuridad, que bailaban con ella. Era lo más hermoso que había visto en mi vida. Pero…, ¿esa era la misma noche de ayer? ¿Bajo esa misma bonita noche había estado yo sin haberme percatado? Miré a por la venta, miré al cielo, demasiado tarde para vislumbrar tan solo un par de estrellas vespertinas. Me había entretenido tanto en mi propia oscuridad que me lo había perdido, que no me había permitido buscarlas. Me maldije a mí mismo por ello. En cambio, este curioso pintor, a pesar de su oscuridad, había podido verlas. Y yo solo me había fijado en… ¿la vaguedad de unas sombras? Me prometí no volver a caer en ese error y buscar la luz la próxima vez. Suerte que ese señor estaba allí para mostrarme aquello que me había perdido. La más hermosa noche estrellada.