El pozo sin fondo

“Enterré a papá en el basurero. Un pedacito, no todo. Mi papá era muy grande y no estaba seguro si iba a entrar”

REVISTA WRITER AVENUE

Julie Palomeque

11/28/20242 min leer

Enterré a papá en el basurero.

Un pedacito, no todo. Mi papá era muy grande y no estaba seguro si iba a entrar. Un pedacito, nada más, lo único que mis hermanos me dejaron llevar. ¿Se habrán quedado algún pedacito ellos? No me dijeron. Ojalá que sí. Yo sé que papá los quería. Mis abuelos siempre decían que mi papá era una basura, pero nunca supe por qué. Supongo que es porque hay muchas palabras que no conozco todavía o que si las conozco, significan algo distinto cuando las dicen mis abuelos. Me falta llenar cuadernos. Me faltan cuadernos. Papá siempre me compraba.

Ese día en el colegio, al lado de mi Tupper con sándwiches y frutas, tenía mi pedacito de papá. A veces estaba tentado de hablarle, de preguntarle si estaba cómodo. Papá tenía una pierna más corta que la otra y a veces rengueaba. Su mejor disfraz era de pirata. Por ahí mi mochila le quedaba chica. Pero no le pregunté nada. Mejor, creo que mi pedacito de papá no quería hablar ese día. El basurero, el pozo sin fondo, como le dice mi abuela, estaba cerca del colegio.

“Demasiado cerca, puede pasar una tragedia,” siempre decía mi abuelo mientras hacía crucigramas. Nadie hablaba de papá. Por ahí, si hubiese sido una referencia en esa revista, sí habrían hablado. Cuatro letras, dos consonantes, dos vocales, metro ochenta, pelo rubio, ojos marrones, una pierna más corta que otra y olor a jarabe para la tos. Pero eso era muy largo y las definiciones de la revista de mi abuelo siempre eran cortas.

Nadie me hizo preguntas cuando entré al basurero con la mochila adelante, dándole un último abrazo a mi papá. El olor era muy feo, pero abrí la boca y respiré por ahí. El pozo sin fondo estaba lleno de gente, casi como una estación de tren. Como si todos estuvieran yendo o llegando. Un sitio de paso, como diría mi abuela. Encontré una esquina bastante alejada del resto y que olía un poco mejor. Abrí mi mochila, corrí el Tupper con los sándwiches y la fruta y saqué a papá. Estaba chiquito mi papá. Gris. Le sonreí. Ya tenía todos mis dientes de verdad, yo. Con cuidado, abrí la bolsita y bajé a papá a la tierra oscura del pozo sin fondo. Quedó un poco en el plástico y me lo guardé de nuevo en la mochila. Un pedacito del pedacito. Mi papá gris se mezcló con la tierra enseguida, seguro ahí si estaba cómodo. Sonreí mucho, sonreí hasta que me dolió la cara.