El tacho de basura
“De esa familia, solo me encuentra atractivo el perro, que me lame como si yo fuese una flor delicada”
REVISTA WRITER AVENUE
Karina Szydlovski
11/7/20242 min leer
¡No aguanto más!, todos tiran sus desechos en mí. Termino apestando a verduras pasadas, leche cortada y grasa, mientras el resto de la casa huele a primavera. Lo sé porque desde mi rincón del lavadero veo cómo se llevan el Blem con esencia de cítricos para lustrar los muebles y el perfume de jazmín para aromatizar el baño.
Para mí no hay ningún cuidado. Incluso me han desprovisto de la tapa que me daba cierto aire de objeto de diseño, y he quedado como un recipiente sin estética. Ocasionalmente, recibo una limpieza con lavandina, algo que debería acontecer más seguido.
La gente con la que convivo no acepta que tengo límites; eso también me revienta. Estiran mi capacidad levantando la bolsa por encima de mi borde. Así pueden continuar arrojándome cosas. Quedo como un heladito de porquería: soy el vasito con su bocha de desperdicios y un capuchón rojo mordisqueado haciendo de cereza del poste. A veces me sacudo para que caiga basura y ensucie el piso. Disfruto mucho cuando las miguitas se deslizan por debajo de la alacena, donde el escobillón no llega. Entonces la doña chilla, agita los brazos y amenaza a los dos adolescentes. A ellos les importa poco que la madre grite. Asimismo, les importa poco lo que sucede cuando abren la mano y sueltan sin cuidado la basura, como si después de sus palmas se acabara el mundo.
Deberían cambiar el enfoque: más allá de sus palmas recién comienza un mundo por el que deberían preocuparse más. Yo soy testigo de que no reciclan. En la casa hay otro tacho como yo, pero verde para papeles y envases limpios, que apenas logra juntar algunos bollitos de hojas cada semana. Los envases los recibo yo… con restos de queso, yogur y mayonesa.
De esa familia, solo me encuentra atractivo el perro, que me lame como si yo fuese una flor delicada. Eso me hace muy feliz. Yo también tengo sentimientos, y me reconforta saber que, para él y para la rata que duerme detrás del lavarropas, yo soy brilloso.