El toque de Midas

“Todo aquello que tocaba con el corazón era convertido en oro”

REVISTA WRITER AVENUE

Ángel Andrés Soto

3/6/20252 min leer

Todo aquello que tocaba con el corazón era convertido en oro. En una fría, brillante y ausente pieza dorada. Sus dedos podían deslizarse sobre cualquier cosa: plantas, herramientas, armas, superficies, personas; sin sufrir la dramática metamorfosis.

Bastaba solo que las acariciase con afecto para que la inexorable transformación se produjera en aquello que sintiera su tacto. No podía sentir y tocar. No debía querer y acariciar. Todo lo que amó fue convertido en oro. Con tan solo rozarle, el nefasto efecto se producía: Su amada, sus hijos, su corcel, sus amigos, como enormes trofeos permanecían inmóviles en el inmenso salón. Le estaba prohibido amar. Así que se encerró en la torre más alta y sufrió hasta que su corazón se secó.

Con el tiempo, ninguna afección quedó en su alma, y pudo vivir sin amar. No volvió a hacer daño. No volvió a sufrir jamás. No volvió a perder a otro afecto. Fue suficiente dejar de querer, de sentir. Desde entonces, sus manos tocaron, construyeron, crearon. Sus labios besaron. Su piel fue llamas. Ganó batallas. Conquistó nuevas tierras; pero nunca más volvió a sentir. Tal vez no era del todo feliz, pero las lágrimas nunca regresaron a sus ojos, nunca más perdió a alguien por la maldición dorada… Hasta que llegó aquella doncella. Hermosa como el sol, de piel de terciopelo, cabellos miel, y labios de luz. Su corazón latió nuevamente, y como un escalofrío, el amor corrió por su espalda. Aterrado, abrumado, regresó a la torre y se encerró en el salón. No podía volver a sentir. Había decidido no amar jamás. Sufrió como nunca. No estaba dispuesto a perder a nadie más por el toque de Midas.

La doncella entró al salón. Allí estaba él, taciturno, temblando, vencido de amor, la miró desde el trono con los ojos ahogados. Ella se acercó lentamente. Con una dulce tristeza le dio un tierno beso… ¡La maldición se había terminado! Una lágrima fría rodó por la mejilla de la doncella, quien salía corriendo del salón, mientras él se quedó allí. Sentado en el trono. Convertido en mármol.