El viaje definido
“El mundo es un libro que nunca se acaba, y en el libro caben muchos mundos”
REVISTA WRITER AVENUE
Maribel Félix Medina
6/21/20243 min leer
Él no sabía que había muerto y andaba por el sueño buscando la vida, tratando de encontrar el amor por los vericuetos de la nostalgia, con la ayuda, simplemente, de la portentosa y vertiginosa imaginación.
Es evidente que todo aquello no podía llevarse a cabo salvo por ese camino.
La lluvia, en el sueño, nunca se para, es evidente que es mojada cuando cae del cielo, pero se queda en la tierra y a ti no te moja. Los árboles absorben toda la vida que cae de arriba, ¡son tan hermosos! No tiene uno ganas de salir de aquí...
En el árbol de la vida se oyen pájaros, cuyo vuelo es absolutamente perenne y complacientemente salvaje, como en esa mi Leconcia lejana; ha pasado mucho tiempo, tanto, que apenas recuerdo el día aquel, tan sólo la sombra de lo escrito vuelve a mí.
El tiempo ha diluviado encima de los libros. Se sumergió por entre las comisuras de los poemas, quizá por eso revotaban lágrimas negras del suelo. ¿Y las flores? Resulta extraño pensar en ellas ahora -el olor ya no las acompañaba, se había disperso por la aurora y había alcanzado las nubes, pero yo todavía no había llegado hasta allí- esperaré.
El mundo es un libro que nunca se acaba, y en el libro caben muchos mundos por eso la vida es infinita y nos vuelve a encontrar en cada fin de cada sueño.
Después, cuando todavía deambulaba por tan insignes galerías, me percaté de la existencia de un pasadizo que se atisbaba más allá de la espesura del bosque soñado y del que tuve la sensación que quedaba muy poco para llegar hasta él.
La tierra ya fue tornándose oscura, tan sólo comparada a los animales heridos que cruzan a veces por nuestra existencia para alumbrar nuestro camino con las amarguras de la vida.
Pero ahora eso no importaba, caminábamos sobre gigantes, no pisábamos el suelo ¡ay el poder de los sueños! De un paso nos instalamos en el corredor del pasadizo secreto; era más ancho de lo que yo me figuraba, aunque no podían entrar dos personas a la vez para que no se confundieran sus destinos ¡qué calamidad haber vivido una vida y saborear una muerte que no era la nuestra! Todo está previsto en el Reino de Dios, hasta las tablillas que nos rodean tienen el ciclo de la vida asegurado.
Gracias por preocuparte por nosotros decimos al pájaro con alas que nos abre esa ventana inmensa que nos hace de puerta hacia la eternidad. Así debe ser, así es.
Entonces ocurre algo milagroso, algo nunca visto por mí hasta ahora, nunca imaginé que pudiera ser así, las cortinas del cielo se levantaron, el mundo ya no era redondo, gozaba de otras extensiones probables, con otras vidas infinitas. La muerte era un sendero abierto, cuyas ramas nos invitaban hacia el más allá misterioso, qué alegría poder correr tanto sin dar una sola pisada ―no olvidéis que todo queda atrapado en la burbuja fulgurante del sueño que tenemos en el instante anterior a la muerte―.
Pero ¿qué es esto? ¿cuál es la música que suena? ¿me abre salido del sueño? ¿ya no habrá armarios que recorrer y traspasar?
La odisea nunca acaba y mientras tanto, contemplo desde la ventana cerrada del hospital el trajín de pasos de los acompañantes de nuestro último viaje, el viaje definido, aunque no definitivo. Mis latidos me llevan, qué dulzura se siente, ojalá no deje de sonar la música, que se quede en mis pisadas para siempre.
8 de febrero del 2023.