La golondrina
“Nunca me han gustado las golondrinas. Siempre me han parecido seres de otro planeta, uno muy lejano al nuestro y de oscuras intenciones”
REVISTA WRITER AVENUE
Sara Figueras
6/21/20241 min leer
Nunca me han gustado las golondrinas. Siempre me han parecido seres de otro planeta, uno muy lejano al nuestro y de oscuras intenciones. Ha sido un hecho que jamás he dudado. De niña, cada una de mis pesadillas estuvieron protagonizadas por ellas y sus profundos ojos negros y sus ansias por devorarme el alma.
Ahora su presencia era real. La tenía frente a mí, mirándome en completo silencio, y no por primera vez. Solo el cristal de la ventana me separaba de su cuerpo descomunal, tan inmenso que nada más podía alcanzar a ver sus deslumbrantes pupilas y su pico desmesurado. De él creí escuchar su respiración. Pero no. No era suya, sino mía. Exagerada e irregular. Aún me resultaba imposible acostumbrarme a sus nocturnas visitas.
La bestia que me observaba me había quitado la fuente de mi poder. Me había robado la capacidad de soñar. Me lo indicaba el punzón en mi pecho. Mis manos sudorosas. Mi aliento entrecortado.
Cualquier realidad más allá de la vigilia abría mi mente a otros mundos, a la esperanza. Y ese pajarraco se la había llevado. No me quedaba nada más que el desamparo. La impotencia de saber que hiciera lo que hiciera, pasara como pasara mis horas bajo el sol, volvería con la luz de la luna. Sentía su presencia incluso en su ausencia. Había depositado su oscuro ser en mis profundidades y en mi habitación, tornando hostil el descanso.
Solo me quedaba esperar en total parálisis. Al amanecer, desaparecía como ya me había mostrado en previas ocasiones, si no rompía antes el cristal y me cazaba para alimentar a sus crías. En todo caso, aún guardaba cierta confianza en que, como cada mañana, amanecería somnolienta entre mis sábanas con el rechino de los pájaros, con la garganta tan seca que podría rajar sus alas y con náuseas y dolorida y sin saber con certeza si nuestro encuentro había concluido.