La proeza de Marie
“Remueve líquidos calientes y humeantes en un enorme caldero, casi tan alto como ella, con una barra de hierro”
REVISTA WRITER AVENUE
Sabine Schütze
11/28/20242 min leer
A altas horas de la noche, está nuevamente de pie en el laboratorio, situado en un cobertizo abandonado, con piso de tierra, afuera de la Sorbona de París. Remueve líquidos calientes y humeantes en un enorme caldero, casi tan alto como ella, con una barra de hierro. Han movido el laboratorio de Pierre a este lugar desolado, al ser el de la escuela demasiado pequeño para recibir las toneladas de pecblenda donadas por el gobierno de Austria para su investigación.
Esta noche de verano, el espacio es sofocante como un invernadero. La expresión de su rostro es seria, triste, ceñuda, seca, como es habitual en ella. Su cara pálida y consumida, que parece la de una anciana, no refleja su edad verdadera, sino debilidad y fatiga acumuladas, pero también orgullo y perseverancia. Su boca está apretada por el esfuerzo; parece encontrarse en plena batalla contra todo el mundo.
Trabajar la pecblenda la deja extremadamente exhausta. Su figura es delgadísima, casi fantasmal. Perfeccionista y obsesionada, su trabajar tan frenético no deja lugar ni tiempo para alimentarse debidamente. Con las mismas manos que manipulan el material radiactivo, se lleva dos rodajas de salchicha a la boca, sólo para apaciguar el rugido de su estómago. Para la polaca, la investigación es primordial; comer es secundario. Alardea de su falta de feminidad tanto en su vestimenta como en su ausencia de maquillaje: viste pobremente y de riguroso negro. No tiene dinero ni tiempo para fruslerías.
Marie sospecha que este mineral es mucho más radiactivo que el uranio. Pierre también está muy interesado en los resultados de su investigación, por lo que, a veces, deja sus actividades de lado para trabajar junto a ella. Pero esta noche está sola. Al amparo de la oscuridad, sus dedos achicharrados, inflamados y duros se mueven con dificultad. Hoy se sienten especialmente dolorosos, y la piel se ha desprendido en algunas partes. Pero Marie apenas lo nota. Llama a las laceraciones, con orgullo y cariño, las «cicatrices de su proeza». Proeza que culminará en el descubrimiento del polonio y del radio, elementos que la matarán.