Libros pendientes
“El día que le pregunté al viejo señor Gómez por qué no había echado al fantasma de su librería me dijo que dejara de ordenar las novedades”
REVISTA WRITER AVENUE
Carmen Campo Lerma
11/27/20242 min leer
El día que le pregunté al viejo señor Gómez por qué no había echado al fantasma de su librería me dijo que dejara de ordenar las novedades y se fue a preparar café. Había ganado yo: después de gravitar hacia su profesión durante años, me iba a contar la historia de Tomás. No es que quisiera que mi fantasma favorito desapareciese. Me daba igual lo que pensaran algunos: Tomás era maravilloso y necesario. Solía abrir la puerta a todos, hacía volar los caramelos de limón de encima del mostrador para los niños y, por encima de todo, te hacía llegar el libro indicado en el momento necesario.
Cuando estuvo todo preparado, él se sentó y pude oír el ruido que hicieron sus huesos. “Patricia, no quiere hablar de ello. Respétalo”, me dije, pero es que se nos iba.
—Niña, seamos sinceros, la cascaré pronto —soltó, como si me supiera preparada para eso—, y necesito que me hagas un favor.
—¿Vale? —reí, nerviosa.
—Te voy a dejar la librería, pero tienes que cuidar de Tomás —Me quedé muerta—. Prométeme que siempre, escúchame, siempre tendrás novedades en el almacén. Tomás lee todos los libros y podría irse si no aumentas su lista de pendientes.
—Señor Gómez, ¿puedo preguntarle quién es... era Tomás?
Desvió la mirada y apretó los puños.
—Fue mi mejor amigo. Cuando éramos jóvenes, bueno... él era diferente y le gustaba muchísimo leer. Íbamos a abrir una librería juntos, pero vino la guerra, y a la gente como él... Se la llevaron —me miró a los ojos y supe que ya no podía preguntar más—. Solo necesitas saber eso. Él estaba hecho para trabajar con gente y con libros y cuando vi que no se había ido la monté para él —me miré las manos y creo que lo tomó como una negativa—. Patricia, no lo hagas por mí, hazlo por él. Si un día ya no quiere estar más, pues que se vaya, pero...
—Yo...
—La librería va genial, es un negocio rentable —era la primera vez que lo veía abandonar su papel de tipo duro—. Tendrías un futuro magnífico...
Tenía que preguntarlo.
—¿Por qué me han elegido a mí?
Él se rascó su tupida barba.
—A Tomás le caes bien, y a mí me pareces... competente. Conoces la librería, has trabajado aquí... —Él le tiró un cojín a la cabeza— ¡Vale! No te da miedo lo diferente: tratas a Tomás como si fuera un compañero y eso es raro, y loco, pero es lo que buscábamos.
Se nos fue al año. Solo me di cuenta cuando se lo llevaron a la morgue. Mientras seguía la camilla con la vista, Tomás hizo flotar la copia de Las Mil y Una Noches que se había traído el señor Gómez, a mis manos.
—Lo pillo —reí, por primera vez en ese día tan gris—. Gracias, compañero.