Los Inmunes I
“Había llegado a la conclusión de que todos o casi todos los que viviéramos en esa casa enfermaríamos”
REVISTA WRITER AVENUE
Emma Luz
12/21/20242 min leer
Había llegado a la conclusión de que todos o casi todos los que viviéramos en esa casa enfermaríamos.
Era como una raíz amarga que iba creciendo y en algún momento daría su fruto de enfermedad, una extraña reacción violácea que cubría todo el cuerpo, un loco comportamiento del páncreas o de la glándula pituitaria, un estrés galopante, una inflamación inexplicable de los nervios de los pies.
Era como una tristeza mal diagnosticada.
Se intentaron conjuros y remedios, rudas machos y hembras se dispusieron como estandartes en la entrada de la casa para protección espiritual.
El agua bendita y el cura del pueblo conocían de memoria los rincones del lugar, habían intentado sacar, a punta de rezos, demonios y otros males que habitaban allí, pero no sé... Para mí, es como si nunca hubieran podido enderezar nada.
Se alquilaron volquetes para juntar todos los cacharros que celosamente acumulaban. Se rezaron plegarias, se prendieron velas blancas para la protección y la esperanza y velas plateadas para descifrar el misterio y ayudar a abrir nuevos caminos.
Se trajo un gato negro para armonizar la energía, porque los gatos sirven para varias cosas, para cazar ratas y para protegernos de maldiciones y espíritus.
A los seis meses, el gato resultó gata, tuvo cría y ya eran seis gatos en la casa, "así que por ese lado estábamos bastante protegidos", aunque sinceramente nunca se interesó en ningún tipo de protección más que en comer y cuidar a sus crías.
Nada servía. Seguíamos enfermando algunos, mientras otros eran inmunes a todo.
Los que caímos enfermos tuvimos que alejarnos. El cura del pueblo, el padre Graciano, y la hermana Rosa (una monja italiana y castradora) se dieron por vencidos y llegaron a la conclusión de que quienes pudiéramos debíamos tomar nuestras pocas cosas y alejarnos, porque no hubo conjuro posible para seguir allí.
Si queríamos salvar nuestras vidas, debíamos huir.
Los otros, los inmunes, siguen habitando.
Mutando, adaptados a cualquier cosa, con capacidades increíbles para sobrevivir.
Siguen ahí, como detenidos en el tiempo.
En un tiempo terriblemente incurable.