Los insomnes

“Nosotros, los insomnes, andamos de a uno. Como a los ciegos, las arrugas de la pared, nos guían hacia el sin sentido”

REVISTA WRITER AVENUE

Ivanna Giménez

2/1/20252 min leer

Nosotros, los insomnes,
andamos de a uno.

Como a los ciegos, las arrugas de la pared,
nos guían hacia el sin sentido.
A los dos, tres o ningún ambiente,
donde las palabras de ese día tienen menos filo
que en el lugar innombrable donde los ojos titilan,
y resisten,
el impulso de abrirse.

Algunos años tenemos suerte,
y vivimos cerca de la intemperie.
Donde miramos arriba y recordamos
que la oscuridad es de verdad,
que no nos la inventamos.

Pero también pasa,
que no todos los insomnes son iguales,
y algunos se enderezan, se olvidan de las manías.
Apagan los ruidos y las luces y bajan la guardia.
Y nosotros, los serenos,
volvemos a cuidar la sombra,
y a escoltar a los diablitos.

Nosotros, los insomnes,
sabemos que no son los astros,
ni nuestros antepasados, ni los músculos contracturados,
vengándose por lo que les hacemos.
Ni los traumas que callamos,
ni los noticieros gritándonos.
Ni siquiera son los amores que nos cansaron,
los silencios que nos cansaron,
las esperas que nos cansaron.

Creemos en la manía,
le rezamos al sol para que él también descanse un rato más.
O peor, le exigimos que se quede un rato más,
que no calle a los departamentos, a los bares y a las avenidas,
le pedimos que se quede despierto,
que los arengue para que sigan haciendo ruido,
por nosotros.

Pero a los insomnes no nos hacen caso,
ni el sol, ni las palabras suaves,
ni los cuentos, ni las drogas.
Porque hay nuevos mandamientos
en la generación que vive,
que enrojece las mejillas de sangre,
que come, que bebe, que salta, que besa,
que duerme. Para volver a empezar.
Entonces, no rompas el ciclo, insomne,
¡que dormir es lo más lindo del mundo!

Y pasa, aunque muy poco,
que nos encontremos en la madrugada,
deambulando,
cuando las neuronas están alerta
y se mantienen desveladas
pero tienen pocas pretensiones.
Y hablamos entre nosotros
de la forma de los objetos a contraluz,
de Las Mil y Una Noches,
del mundo mágico de la hora dorada,
en la que a veces tomamos el volante de los sueños
y pensamos que, hasta quizás, somos afortunados.
Nos contamos nuestras reglas, nuestras tácticas,
la higiene, como le dicen. Nuestros ritos.

Y el sol, caprichoso como es, se levanta.
Y nos dice que vamos a pagar caro,
no cumplir las reglas.
Y no nos importa, porque ya lo sabemos.
El día es caro.

Pero también pasa,
que no todos los insomnes son iguales,
y algunos se enderezan, se olvidan de las manías.
Apagan los ruidos y las luces y bajan la guardia.
Y nosotros, los serenos,
volvemos a cuidar la sombra,
y a escoltar a los diablitos.