Mi ex-rojero

“Ya no conozco a ningún rojero. Me peleé con el que me hacía los rojeamientos cuando yo era chica”

REVISTA WRITER AVENUE

Abril Beautemps

11/28/20242 min leer

Ya no conozco a ningún rojero. Me peleé con el que me hacía los rojeamientos cuando yo era chica. Era un buen rojero, encima, mi ex-rojero. El único del que supe que fuera realmente monocolor al cien porciento. Me rerojeaba las flores si estaban extramarchitas (porque a mí, intramarchitas, no me quedaban nunca). A veces hasta me rojeaba el florero de mamá para que hiciera juego. Creo que fue él el que me convenció de que la Sirenita fuera mi princesa preferida: ¡mirale ese pelazo!, así me decía. Era un pro-Disney empedernido. También me rojeó las chatitas para el bautismo de mi hermana. Redivinas le habían quedado, brillosas, como encerezadas. Y cuando papá me compró la sillita rosa para el auto, que la tenía que usar sí o sí, él vino rapidísimo y la hizo rojada. Le puso dibujitos del Rayo McQueen y todo.

“El rojo combina con todo”, ese era el lema que andaba repitiendo siempre. Lo llevaba bordado en su mameluco. Cada vez que venía, me convencía de rojear alguna cosa a la que, para mí, el rojeamiento no le hacía falta. Una vuelta hasta me rojeó el vidrio del ventanal de mi pieza, para que cuando le diera la luz se proyectara el color por todos lados. Dijo que a esa técnica los de su rubro le decían “híperrojeo”. Que solo algunos sabían hacerlo como correspondía. Hay que hacerle mantenimiento todos los meses, me dijo.

No me acuerdo de qué fue, por qué nos peleamos. Por ahí tuvo que ver con que mi mamá me empezó a comprar vestidos negros. Y al negro no había rojeamiento que pudiera salvarlo. En mi placard estaban las remeras blancas (rojas), los pantalones de jean (rojos) y los vestidos negros (negros). Ni siquiera con su híperrojeo prémium le pudo sacar lo anticolor, mi rojero. Y un día, cuando lo llamé, me empezó a gritar tantas cosas que yo no le entendía nada. Rojía como loco. Y a mí nadie me roje así. Así que me terminé contraenojando. Y lo eché.

Pero lo que pasa es que yo no sé autorojearme. Con el tiempo me fueron verdeando, amarillando, enlileciendo, y yo no sé qué hacer. Sin el mantenimiento adecuado, el ventanal de la pieza se me fue transparentizando. Y ahora mis remeras blancas son blancas. Y mis pantalones de jean son de jean. Y los pósters de la Sirenita se decoloraron hace rato.

Y yo no sé qué hacer. Lo que pasa es que yo ya no conozco a ningún rojero.