Paralelas

“El tiempo es denso, una masa impenetrable solidificada en una habitación en la que apenas se respira, y ella se ahoga y para no toser, se expulsa”

REVISTA WRITER AVENUE

Mariela Anastasio

7/28/20242 min leer

Atraviesa la mirada desde su banco hasta el cristal. En línea recta o perpendicular, pasando por las cabezas de sus compañeros que parecen maniquíes. Se pierde allá a lo lejos. En el banco, su cuerpo queda inerte, fingiendo prestar atención, pero ella está ya en otros universos, afuera de las horas, de los temas, y los gestos, de quien habla sin parar sobre algo que no le importa.

El tiempo es denso, una masa impenetrable solidificada en una habitación en la que apenas se respira, y ella se ahoga y para no toser, se expulsa, y migra hacia algo etéreo que se cuece allá afuera, pasando la mundana puerta, que para todos no es más que eso.

Pero no para ella que tiene un poder.

Sus ojos se deshacen en algo blanco, viscoso, que penetra la pared. Primero los occicoides, las bolitas gelatinosas, los filamentos acuosos que trepan como bichos y se expanden y colastinizan. Después las fibrofenas de los colores lánguidos, las córneas bobas. Más tarde el turno de la deconstrucción para la nariz (todo siempre sutil, así nadie se da cuenta): el tabique y las olfativas, las capilares finísimas, las fagocitas... Y luego la boca, para tener completos los sentidos: la carne suave y rosada, las encías, las raíces de las muelas.

Con eso le basta.

Se arrastra sin ruido por lo que parece un muro, pero los poros se abren (siempre se abren) y permiten irse un poco más allá. Porque a primera vista, todo puede parecer homogéneo, pero ella conoce el secreto: todo objeto que presuma de ser sólido, en realidad no lo es. Fisuras y hendiduras, vertientes y canales; orificios y agujeritos (de los negros) ... Nos llevan al vacío, nos muestran el vacío, nos hacen ver que en realidad no hay nada (aire para los demás; materia para los más crédulos) pero todo es digno de descomponerse hasta dejar de ser. Entonces ella lo usa (esa memoria de las estrellas) y es capaz de deslumbrar. Se fosforescenta y eclecta, y se escabulle cuando se da cuenta, que, de quedarse, se secaría. Desliza como una oruga y aletea como una mariposa, y repta como reptil y baila la imperceptible música, que la pasea arriba y abajo por la pared tan blanca, que resplandece y parpadea bajo la luz fría del antiguo tubo de gas.

Trepa, agarra y rasguña. Disfruta de su nueva existencia efímera.

Cae, derrapa y agoniza.

Cuando cree que es tiempo, regresa breve por abajo de la puerta: primero las globas, luego los cartílagos, después las dientas, los incisivos y las molas. Y así, de a poco vuelve a ser, se rearma y se renueva, allá adentro, en una silla, como si fuera tan sólida, tan ella, tan siempre la misma.