Renacer

“Vi mi espalda de reojo, ahí estaba una especie de espina, larga y picuda”

REVISTA WRITER AVENUE

Adriana De Jesús Casas Moreno

4/7/20252 min leer

Mi imagen en el espejo era la de una mujer de sesenta años radiante y feliz, lista para su último día de trabajo. Mi hija Laura me ayudó a organizar mi festejo de jubilación: Una comida con mi jefe y amigas con quienes compartí toda una vida.

Vi mi espalda de reojo, ahí estaba una especie de espina, larga y picuda. Con dificultad logré sacarla con pinzas. Toda mi piel empezó a tomar un tono verdoso, supuse que fue por el tequila que bebí ayer.

Anoche Laura durmió conmigo. Me acompañó y platicamos hasta tarde. Hoy de nuevo amaneció en mi casa, la sorprendí cambiando de lugar mis muebles en la sala. “Es para que estés más cómoda… esto es anticuado…”

Me revisé y ahí estaban: no una, sino varias espinas. No pude sacarlas, terminé cortándolas con tijeras. El tono verde se había intensificado, pensé que algo me habría hecho mal en la comida. Con maquillaje cubrí las de la cara y unas mangas ocultaron el resto.

Mi hija empezó a tomar el control de las decisiones en mi casa. Algunas cosas eran simplezas, pero otras sí me molestaron, como que quitara el paquete que incluía el teléfono local. Afirmó que era innecesario porque con los celulares era suficiente, sin recordar que me resultaba difícil usar el mío.

El día de hoy ya no pude recortar las espinas, tenía en todo mi cuerpo. Pero algo en mí empezó a aceptar mi situación, estaba cambiando con la edad, de una forma diferente al resto de mujeres. Así que me vestí una blusa de tirantes y un short, porque tenía calor. Poco a poco me convertí en intrusa en mi casa. Se cocinaba al gusto de mi hija y en la televisión se veían sus series preferidas. Pero su control incluyó otras áreas, me convenció para entregarle mi tarjeta de débito, aún no recuerdo cómo accedí a ello.

Debido a que mis espinas estaban afiladas, causé muchos agujeros en el sillón, en la silla y en mi cama. De alguna forma, Laura percibió esto, pero no mi transformación física. “Para que no continúes estropeando la casa, permanece en tu cuarto. Así no te avergonzará que la gente te vea en lo que te has convertido… en un cactus.”

Ese día acepté mi vida como cactus, hasta empecé a sentir un gusto por la tierra. Me acomodé en un viejo macetón que tenía en el patio. Lo llené de tierra, vaciando la maceta de las gardenias, vacié agua con una cubeta, la manguera era imposible de agarrar. Ahí parada observé mi reflejo en el ventanal y era la imagen de un gran cactus.

A mi hija no le extrañó mi ausencia: “Quizá fue con alguna amiga, como no tiene nada que hacer… No había notado este enorme cactus, seguramente mamá lo plantó antes de irse. Es hermoso, tiene un bonito tono verde esmeralda.” Sentí cómo en ese momento, de lo que antes eran mis manos, brotaba una bellísima flor roja. Y sonreí, aunque no lo notó.