Repítelo, por favor, no dejes que me consuma el silencio
“Lo único que me queda después de tantos meses es una culpa que no debería pertenecerme”
REVISTA WRITER AVENUE
Sofia Padilla Martínez
3/5/20252 min leer


Lo único que me queda después de tantos meses es una culpa que no debería pertenecerme, es una sombra que cargo aunque no debería ser mía, un peso que se clava en mi pecho como si fuera parte de mí. Trato de recordar con claridad, de separar, pero todo lo que veo se vuelve una pregunta que no puedo responder. Me pregunto si debí gritar, si mi silencio fue aquella ofrenda que no pude negar. Cada posibilidad se enreda en mi cabeza, quizás la negación con un volumen lo suficientemente fuerte para ser escuchada solo estuvo en mi cabeza. Me odio por no saber, por no poder detenerlo, y ese odio se vuelve una condena, un juicio que yo misma dicto y en el que siempre me declaro culpable.
Me aferré a sus palabras como un salvavidas, como un ancla en medio del mar donde naufragaba mi mente. Era su voz, baja pero clara, pidiendo perdón. Era un perdón deshabitado, sí, un perdón por miedo, pero esa frase, repetida en su tono cansado era lo único que me devolvía algo de paz cuando mi mente empezaba a sabotearme, cuando el remolino de culpa me arrastraba, escucharlo era mi prueba, mi verdad y mi refugio, la única defensa contra el abismo que crece dentro de mí.
Su ausencia rasgó la última cuerda que aún sostenía mi realidad y mi certeza. Busqué en cada rincón, en cada archivo; dedos temblando, lágrimas derramándose y corazón agonizante, sabiendo que, si no lo encontraba, estaría sola contra mi propia mente. Cuando confirmé que se había ido, el vacío se volvió tan grande que casi podía escucharlo en mi interior. Sin él, todo se volvió más turbio, las palabras empezaron a desvanecerse y mi memoria, traicionera, comenzó a llenar esos espacios ausentes con dudas, como si aquellas palabras nunca hubieran sido dichas. ¿De verdad lo escuché? Mi mente, llena de sombras, me empujaba a cuestionar cada instante vivido, llenándome de dudas, de silencios que no existían antes.
De nuevo es mi débil voz contra el silencio, pero el silencio es vasto, un océano de olvido que traga toda certeza y no deja nada más que un eco de vacilación. La culpa me sigue como un segundo cuerpo, una piel que no puedo arrancarme, una carga que no tengo forma de soltar. ¿Y si esta culpa se queda para siempre? Me susurra que debí haber hecho más, que debí haber sido diferente. Y aunque intento callarla, su voz siempre retumba más fuerte que la mía, arrastrándome a una condena sin fin.
Destruyó el único espejo que aún podía sostener mi mirada; ese reflejo, que me devolvía una versión quebrada de mí misma, se deshizo en el aire como un suspiro que nunca llegó a pronunciarse. No puedo recordar sin dudar, no puedo dudar sin odiarme, no puedo odiarme sin fundirme en la ausencia que dejó lo que debió haberme salvado.