Sapiencia de mendigo
“Cada mañana, sin casa, pan, trabajo, su pena elige una roca río abajo y allí se sienta a musitar angustias”
REVISTA WRITER AVENUE
Silvia Gabriela Vázquez
11/7/20241 min leer
Cada mañana, sin casa, pan, trabajo,
su pena elige una roca río abajo
y allí se sienta a musitar angustias.
Sus manos mustias en silencio bendicen
a quienes pasan apremiados y dicen:
“No tengo tiempo, por favor no moleste”.
Aunque le cueste comprender tanto apuro,
nunca protesta.
Se esconde tras un muro
de pan y dulces que nadie le ha comprado.
Lo más deseado por sus cansados ojos
es la justicia.
Cartones y despojos, botellas, latas…
no tiene otro tesoro.
Da, con decoro,
un papelito escrito con lápiz negro.
Y su gesto inaudito pide una firma
que casi todos niegan.
Muchos desean
mejorar este mundo…
no saben cómo.
Ante el grito infecundo,
les crecen dudas
y tal vez se resignan.
Otros se indignan
más de lo que quisieran
y se destruyen.
Unos pocos esperan
que el tiempo pueda
ganarle al desamparo.
Parece claro.
Si pasan por su lado,
no lo prejuzguen.
No ha sido abandonado
por quien amaba
como todos suponen.
No lo pregonen.
No ha perdido a un amigo
y no está en duelo.
Ni merece el castigo
que se imaginan
los que lo creen ebrio.
Él está sobrio.
Si sus lágrimas vieran,
comprenderían
como si ya supieran,
esa noticia
(terrible) que salpica…
Su voz explica
sin rencor ni reproche.
Su profecía
desdibuja la noche,
entre cartones,
con su lápiz de lluvia.
Cuando diluvia,
de la avidez, se olvida.
Busca ternura.
La caricia mullida
que es alimento,
casa, paz, toldo, cura.
Triste, murmura
su discurso maltrecho.
Muy sabio intuye:
Un anciano sin techo,
mendigo y loco,
suele ser invisible.
Imprescindible,
en sus manos añosas
nace el consejo.
Desconfiadas, miedosas,
otras miradas
desestiman su acierto.
Todo es desierto.
El mundo estalla y arde
de indiferencia.
La venda cae tarde,
sin avisarnos,
cuando cede el prejuicio…