Ser libre en todos los universos
“Los hermanos Grimm son los peores demonios que han poblado la tierra, dijo Cenicienta”
REVISTA WRITER AVENUE
Carmen Campo Lerma
1/31/20252 min leer


«Los hermanos Grimm son los peores demonios que han poblado la tierra», dijo Cenicienta entre dientes mientras bailaba por millonésima vez con el príncipe solo ese mes. Él asintió. Ninguno se sentía los pies. Hacía siglos que no conocían el significado de la palabra descanso, porque en el mundo donde no era de noche era de día, y, de alguna forma, todos leían a los clásicos cada vez más.
«¿Y no se les ha ocurrido probar a hacer algo nuevo?», dijo el príncipe también entre dientes, sin perder la sonrisa de enamorado. «No es por ti, querida, sabes que te quiero, pero no sé si se puede querer tanto a alguien…»
«Sí, si yo también me estoy aburriendo», dijo ella.
En el mundo de los cuentos había ciertos nombres que no se podían pronunciar, pero de entre todos, los de “esos malditos hermanos”, como los llamaban las hermanastras, daban directamente muy mala suerte. Ellos fueron los que escribieron lo que antes flotaba y cambiaba de boca en boca. Todo el mundo lo sabe: las palabras atan y eso era de lo que sufrían Cenicienta y el príncipe.
Los años pesan cuando no puedes parar. «¿Y si hacemos algo?», se preguntaba Cenicienta en cada iteración. «¿Y qué vamos a hacer? ¿Una huelga?», continuó el príncipe. Ambos eran plenamente conscientes de que cada copia vendida de Los cuentos de los hermanos Grimm era su cárcel, por los siglos de los siglos.
Hasta que llegó la primera de ellas. Se llamaba Margarita Pérez, era granadina y tenía la caligrafía de una niña de ocho años.
No fue doloroso, al contrario. Su pluma cayó en medio de Cenicienta y el príncipe y empezó a escribir: «Cenicienta solo quería ir al baile». «¡Cierto!», contestó Cenicienta. «Y después de eso, volvió a casa. El príncipe no la buscó, y con tesón y fortaleza ella abrió una panadería con la que pudo dar de comer a toda la familia que creó con amor, y fue feliz hasta su muerte». Luego llegó Christiane von Zeug, que escribió sobre Cenicienta convirtiéndose en un hada y acabando con la madrastra y las hermanastras. «Un poco sangriento, pero me gusta». Más escritoras y escritores despedazaron el canon hasta dejar de él los huesos para los filólogos y literatos. Crearon novelas, poesías, películas y hasta llegaron a sangrar sobre lienzos y a compartir secretos entre negativos.
Volvieron a estar en todas partes y, durante la noche o el día, Cenicienta y el príncipe empezaron a saltar entre universos.
«Últimamente, siento como si fuéramos libres», comentó Cenicienta mientras bailaban en el castillo de los padres de ella, y los dos la observaban felices porque su niña había encontrado el amor.