Serie de anécdotas. Nº 230

“Conocí Islandia, conocí las auroras. Eso que parecía tan lejano, ajeno a la realidad de mi barrio”

REVISTA WRITER AVENUE

Estefania Daiana Hotton

7/28/20243 min leer

Conocí Islandia, conocí las auroras. Eso que parecía tan lejano, ajeno a la realidad de mi Barrio. 11.586 km de distancia, entre mis pagos originarios y esa noche de luces danzantes. Nada, a veces, puede tener sentido. La vida que nos toca o la vida que elegimos. Un sentido lógico... porque darle “sentido” a lo que hacemos, depende de nosotros... ¿No? Una vez esperé el colectivo R2 1h, 7' y 43 segundos. Era la 1ª de la fila. El que vive en conurbano de Buenos Aires, o en lugares de tramos largos, sabe que, si no hay nadie, vas a esperar.

Hacía mucho frío (para mí). Pensaba que la estaba pasando mal. Estaba sin dormir por época de entregas de la universidad. Tenía una campera muy abrigada con corderito y capucha de león. Hombros rígidos, mandíbula apretada. Esperando en ese mismo poste una y otra vez, el mismo donde vi un nene de ojos claros cazar una paloma con las manos para comer.

Cuando aterriza el R2, no veía la hora de llegar; otro día interminable de intentar descifrar al diseño gráfico me esperaba. Viajar en colectivo podía inspirar situaciones como intentar robar un camión blindado, o dormir.

Antes de salir, por la ventana como los trenes de Escocia, miraba el nuevo local de Comida por peso lleno de gente para comprar. Entre todos llegó el señor invisible, rey descalzo de las calles de Morón, entró sin dudar. Fue hasta una mesa cercana, tomó un bollo con sus manos que acarician las calles y se puso a comer, mientras se agarró 1 más para salir caminando al frío otra vez, como tantas veces. Ese frío que cala el hueso del que no tiene techo; una vez me dijo que ya no lo sentía, que ya no sentía nada, solo hambre y a veces, soledad.

Nadie dijo nada. Simplemente, era invisible. Nadie lo vio o quiso ver. Era como un accesorio más del Oeste agitado. Me acuerdo de que miré alrededor a ver si alguien se había percatado de lo mismo; y parecía como si lo hubiera soñado... ¿Acaso lo hice? Llegué a casa y le escribí unos versos para nunca olvidarme de Él.

Los hombres invisibles

Los que están, pero desaparecen.
Los que son ya grandes para provocar compasión.
Los que aún son jóvenes para morir.
Los hombres invisibles.
Los que andan a paso lento,
Superfluos en un espacio-tiempo de olvido.
Parecen en paz y despreocupados,
pero en realidad están desesperados,
inhabilitados en el hacer.
Atrapados por el vicio de la soledad;
solos, siempre, cada tanto,
andan rondando las ciudades y los barrios.
Esperando en silencio
Quizás a que alguien los salve
de vivir, o de la muerte.

Cuando estoy inmersa en anécdotas inmensurables como esa noche fría en Jökulsárlón, a veces me acuerdo de estos momentos del Barrio; y todo deja de tener sentido... Y es ahí, cuando entiendo que le estoy dando un "sentido" a cada paso que camino. No por importante, si no porque puedo y quiero pasar frío, o vértigo, pero lo hago con un "sentido" para mí, por más que no tenga sentido hacerlo.

Aprender a ser consciente de mi realidad, y la del otro, me abre aún más posibilidades en este universo lleno de caminos y alternativas. Acaso… ¿somos lo que elegimos, lo que no elegimos, o lo que hacemos con lo que nos toca de destino? ¿Somos nuestra suerte? ¿Nuestros padres y hermanos? ¿Somos esa esencia que emerge desde adentro? ¿O tan solo somos una mota de polvo en el espacio, buscando darle sentido al puñado de anécdotas que vinimos a traer a nuestro propio relato?