Susurros de un Ángel
“En el abrazo suave del río Carrao, el tiempo parece desvanecerse”
REVISTA WRITER AVENUE
Yadira Cáceres
3/5/20252 min leer


En el abrazo suave del río Carrao, el tiempo parece desvanecerse. Las aguas, claras como un espejo antiguo, me arrastran hacia el corazón de la selva, donde los árboles, con sus raíces como dedos gigantescos, susurran secretos de siglos. El aire, denso y cálido, se mezcla con la fragancia terrosa, como si la tierra misma respirara. Cada respiro se llena de misterio, de historias no contadas.
El sol, tímido, se esconde tras las copas de los árboles, tiñendo el cielo de un dorado fugaz, mientras la selva susurra su bienvenida. ¿Es el viento quien me habla o son las sombras las que murmuran? La selva está viva, palpita en cada hoja que se agita, en cada rama que se mece. Y yo, viajero sin nombre, avanzo, sintiendo que mis pasos son un eco en esta vastedad que me envuelve.
Un giro en el río, y de repente, como un sueño materializado, allí está: El Salto Ángel. La cascada, infinita, se desploma desde lo alto, rompiendo el aire con su rugido, enviando gotas que, al rozar mi piel, me recuerdan la pequeñez de mi ser. ¿Cómo puede existir algo tan grande, tan sublime, en este rincón olvidado del mundo?
Me acerco, y el terreno húmedo, resbaladizo, me desafía, pero no importa. Cada paso es una oración, un acercamiento a lo esencial. Helechos y flores de colores brillantes me rodean, el viento se mezcla con el murmullo del agua, y en ese instante, la selva se convierte en un ser vivo que me susurra, que me envuelve. La magia está en el aire, en la niebla que se alza, tocando mi rostro, refrescando mi alma.
Frente a mí, el Salto Ángel se alza con la fuerza de los dioses. El agua, a más de mil metros de altura, se desploma, creando arco iris de luz en el aire, mientras la niebla se esparce, acariciando la piel con su frescura. Me siento pequeño, diminuto ante esa grandeza. ¿Es este el rostro original del mundo? ¿Es este el latido de la tierra antes de que el hombre lo tocara?
Aquí, en este rincón donde el tiempo se detiene, cada ser tiene su propósito. Al igual que las abejas y los tulipanes, todo sigue un ciclo, una danza eterna. Y yo, viajero fugaz, soy solo un suspiro en esta vasta eternidad. ¿Qué puedo aprender de la grandeza de este lugar? Tal vez, solo escuchar.