Tacita humana

“Se agachó mínimamente, abrió el grifo y juntando sus frías manos, hizo una especie de tacita humana”

REVISTA WRITER AVENUE

Abigail Silva

12/22/20242 min leer

Ella se colocó frente a la pileta del baño y se miró al espejo del blanco botiquín, el cual le devolvió un reflejo desgastado, casi sin luces donde pudiera mirarse. La energía parecía no tener lugar allí.

Se agachó mínimamente, abrió el grifo y juntando sus frías manos, hizo una especie de tacita humana para que el agua no se escapara, cuando lo lograba la volcaba sobre su rostro, dejándola caer, tibia y transparente, desde el alto de su frente, recorriendo todas esas tensiones que al llegar al cuello se disolvían poco a poco junto al agua. Mientras cerraba sus ojos, podía sentir ese sonido líquido, casi silencioso, cayendo sobre su piel. Fueron unos segundos, pero vio pasar muchos pensamientos encerrados a su alrededor, en una especie de jaula... ellos solo le pedían que los sacara a pasear un rato, o que los silenciara para siempre.

Repitió la forma de la tacita, una vez, dos veces, tres... cuando consideró que su rostro ya se sentía más liviano, sin tantas cargas que le hicieran peso, enderezó su columna y sintió como poco a poco la cervical se estiraba, vértebra por vértebra, y luego, levantando su cabeza, iba haciéndose la imagen de que ese mini recreo ya había terminado. Pero no, no había finalizado por completo, antes de salir de ese espacio volvió a mirar hacia el frente, y vio un rostro, su rostro, que por cierto era bastante parecido al de antes, pero esta vez tenía una mínima cuota de claridad. Y cuando posó sus ojos en ese vidrio, vio cómo sus razones se volvían acuáticas, con la misma capacidad que el agua tiene para moverse, era posible que esa vez se dejara moldear...

Aunque parecía muy difícil, después de haber pasado casi ochenta días en lo oscuro de la incertidumbre, el mundo ya se veía extraño, ya nada quedaba de lo que ella alguna vez supo conocer.

Salió del baño, abrió la puerta con un poquito más de fuerza con la que la había abierto para entrar, pensando que quizás no necesitaba esperar un milagro para que dejara salir a su aura, y que flotara un rato por el aire fresco. En ese microsegundo se había prometido a sí misma que la dejaría florecer, con o sin luz.