Un ser de luz
“Nuestras vidas eran mezquinas y corrientes, pero sólo en comparación con la de los seres de luz”
REVISTA WRITER AVENUE
Natalia Doñate
9/28/20242 min leer
Nuestras vidas eran mezquinas y corrientes, pero sólo en comparación con la de los seres de luz, cuyo ingenio y belleza aventajaban a los nuestros a una distancia que la envidia no podía correr sin agitarse. La frustración era tan fútil como envidiar el volar de un ave, o la musculatura de un caballo. La hicimos a un lado de tácito acuerdo, pues no estábamos para lujos. Los débiles que procuraban imitar con discreción a las criaturas mágicas recibían las burlas más crueles de las que era capaz nuestra astucia colectiva. Pero los necios, esos que ostentaban aspiración a un Edén que no les correspondía, sufrían un castigo severo, ya que, evidenciar tan burdamente el abismo entre ellos y nosotros, los suyos y los nuestros, era motivo de destierro.
Tuve una infancia feliz. Ante el olor a galletitas de la abuela, revoleaba la mochila del colegio a un lado y me arrojaba al sillón con mi mejor amiga, Patty. Por horas reíamos juntas, intercambiábamos pañuelos con lágrimas y comentábamos las ocurrencias de los seres de luz. No llegué a conocer la desdichada casa de sus padres, desprovista en ese entonces de televisor. Con el tiempo, algunas actitudes socarronas típicas de la edad agrietaron nuestra relación. Nos dejamos ir sin despedidas. Recién me desayuné de su destierro entre huevos revueltos y tostadas, ya de adulta, con los que a la fecha considero sus reemplazos: mi marido y mis dos hijos. Sentí pena por la niña que había conocido, feúcha y grosera, dueña de unas pupilas negras y brillantes que incomodaban a los adultos. Extraño sentirme mejor que alguien. El confeti de su risa aún me obsequia miguitas dulces que recojo con pesar de entre los recovecos del almohadón.
Volverla a ver fue devastador.
Apareció sin aviso al otro lado del abismo. Sus dientes, ahora blancos como reposera al sol, promocionaban un producto anti sarro. Su boca era para la audiencia, pero sé que la sonrisa en la mirada era para mí. No tuve ocasión de responderle.
Con los años, otros desterrados fueron reapareciendo en el televisor. Los que no hemos dado aún con el portal, fingimos no buscarlo. Es un asunto complicado: los que se van se pierden para siempre. Los que no, hemos aprendido a actuar felicidad con un profesionalismo que no explica por qué no estamos aún del otro lado.